El vacío de la comisaría (Blackman)

Aquella mañana, después de haber echado unos tiros con Pepa, la comisaría seguía casi vacía.
Había madrugado demasiado y, por ello, había preferido entrar y fichar antes y, así, poder salir más temprano del trabajo.
Pepa se había quedado en la sala de tiros y yo me había decidido por ir a la zona Común, donde muchas veces, Lis, Dani, Goyo, yo y Rita entre muchas otras más personas, nos dedicábamos a atender llamadas.
Llevaba unas cajas en mis brazos. Como bien me dijo Aitor, a todos los becarios nos encasquetaban ese tipo de tareas al comienzo. Pero a mí no me importaba. Sobretodo porque en aquel momento no había nadie más que pudiera hacer ese trabajo.
Las dejé sobre la mesa en la que yo me sentaba y cogí un rollo de cinta adesiva ancha, la cual usé para sellar aquellas cajas que luego llevaría al sótano.

Aunque la comisaría estuviese sumida en el más profundo de los silencios, aquella no era una razón por la que debería intimidarme para entrar en el edificio e investigar los informes del caso del secuestro de los rusos. Me había cargado a uno de ellos, pero aquello solo era el principio, debía profundizar más en el tema para dar con el jefe de la banda y poder acabar con sus miserables vidas. Ojo por ojo. Diente por diente.

Casi no se escuchaba el sonido de mis botas al caminar por aquel sitio, y eso que pesaban de manera considerable. Seguí caminando hasta encontrarme, por desgracia, con Amaia. Miré fijamente sus espaldas, pero no dije nada. No había nada que decir.

¿Que por qué me fui de allí sin decir nada? Fácil, incluso obvio. Los buenos actos se realizan para hacer que los demás se sientan bien, no para que el salvador se sienta mejor. Si me hubiera quedado allí, esperando un solo agradecimiento, ya no sería un acto desinteresado, y por lo tanto violaría todos mis principios e ideales.

Giré mi cabeza, parpadeando una vez, y seguí mi camino, esperando que aquella chica no me viese.

Hubo un momento en el que, mientras hacía mis "deberes", por instinto, me quedé callada, pensativa. Sumergida en mis asuntos y con la mirada fija en algún punto en concreto en el que no me fijé.
¿No te ha pasado alguna vez que, sin razón alguna, te ves en la obligación de analizar el por qué de las cosas?
Aquel porqué fui yo a "buscar". Cogí una goma del pelo y, mientras me recogía mi morena melena a un lado, me puse a pensar en todo: en Blackman, en Goyo...
Maldito el día en el que Blackman tuvo que salvarme la vida... Pudo haberme dejado fiambre e irse como se fue.
Por una parte, me sentía totalmente ofendida... Se fue. Desapareció. Así. Sin más. Sin decir una mísera palabra ni dejarme decírsela yo a él... Aquello me sentó como un balonazo en la cara.
Pero, por otra, sentía la necesidad de olvidar aquello, porque Blackman tenía algo que yo admiraba, algo que me impactó e hizo que empezara a sentir algo por él...
Pasé una de mis manos por mis párpados caidos y, aunque estuviera rodeada de silencio, noté una presencia más, lo cual me hizo alzar la vista hacia mi izquierda y ladear un poco la cabeza.
Sin quererlo ni beberlo, me encontré con él. Al principio supuse que sería Pepa, pero... A no ser que Pepa se hubiera cortado el pelo, hubiera crecido unos centímetros más y fuera vestida de negro de arriba a abajo... No, no era Pepa. Era él. Blackman.
Alcé lentamente las cejas, mirándolo con un rostro entre impresionado y neutral; me puse nerviosa, pero no me moví. No sabía qué decir. Hasta un "Hola" quedaría patético ante Blackman... Simplemente me quedé mirándolo. A veces lo mejor era el silencio.

Solo pude caminar tres pasos, pues sentí una mirada clavada en mi nuca. Giré levemente mi cabeza hacia la derecha, sabiendo que Amaia me había visto, y me quedé quieto cual estatua vigilante de la oscuridad. Sabía que tenía preguntar que hacerme. Sabía que la curiosidad le corroía por dentro y sabía que ella quería decirme algo, pero no era capaz. Parpadeé una sola vez y decidí ahorrarle las molestias.

-Antes que intentar adivinar el por qué de las cosas, deberías preguntarte el "por qué no". ¿Por qué no dejarte con vida?-miré hacia atrás, a los ojos, con el semblante serio y las mandíbulas apretadas.-¿Por qué no irme sin darte ninguna explicación? ¿Por qué no dejar las cosas cómo están y no plantearte más dudas que, sin ninguna duda, lo único que harían sería matarte por dentro?

Suspiré profundamente por la nariz cuando Blackman se giró y decidí relajar la expresión de mi rostro y la rigidez de mis hombros, desviando la mirada hacia la caja una vez más, quedándome completamente callada hasta que él abrió la boca y dejó salir de ella su viril y atractiva voz.
Tragué saliva, como si un nudo se hubiera formado en mi garganta y me fuera a ahogar, y me armé de valor para mirarlo directamente a los ojos intentando aparentar un mínimo de indiferencia.
-Nunca me han gustado ese tipo de preguntas -dije, observando cómo cinco o seis o siete dolorosos metros hacían de distancia entre él y yo-. Me gustan las que son directas y te dan una respuesta clara -contesté, seria, acercándome con pasos lentos a penas un par de metros más.

Me di la vuelta del todo y me acerqué un par de pasos más, como ella, aunque los míos eran casi distantes, como si en vez de acortar la distancia la estuviese alargando.

-Nunca hay respuestas claras.-respondí frunciendo levemente el ceño, sabiendo que ahora vendría otra de nuestras muchas discusiones filosóficas.-Y si las hay, dejarían lagunas en el camino.-la observé, viendo el rastro de confusión en sus ojos.-Esto significa que hay cosas que es mejor no saber. La ignorancia nos hará libres, y tú, Amaia, es mejor que no comprendas ciertas cosas que podrían hacerte daño.

¿Cómo decirle que Blackman estaba enamorado de Amaia? Ni siquiera sabía qué era eso, desconocía su definición real, pero sabía y podía apostar mi vida en ello que todo aquel asunto acabaría mal, muy mal, peor que si de una tragedia de Romeo y Julieta se tratase. Ni siquiera la Muerte podría librarnos del fatídico destino.

A diferencia de él, opté por quedarme quieta donde estaba, al lado del escritorio en el que se solía sentar Goyo, algo más cercano a Blackman que el mío.
Allí me apoyé, al menos una de mis manos sí que quiso descansar en él mientras mis ojos se dedicaban a mirarlo con las cejas alzadas, como si no comprendieran lo que decía.
Siempre había sido muy curiosa, y aquello no conseguiría cambiar por mucho que me lo dijeran... Aunque fuera él quien me aconsejara no serlo. Quería saber esas cosas, pues él no comprendía que irse como se fue me dejó igual o peor que como estaba.
Me limité a obedecerlo. A casi darle la razón como a los tontos, asintiendo lentamente con la cabeza.
-¿Has terminado? -pregunté, sin cambiar de mi opinión inicial- Si prefieres, ya que es mejor vivir en la ignorancia según tú, podríamos cambiar de tema. Como por ejemplo dónde te compras tu sombra de ojos Super-Proof -bromeé, en cierto modo porque me seguía sintiendo ofendida... Aunque, la verdad, aquel comentario había sobrado un poco, pues era totalmente innecesario, seguro que más de uno se hubiera fijado en ello más de una vez.

FDR: Ala, ya he cumplido mi reto con Goyo. xD

Observé a Amaia mientras me decía aquello y ante su último comentario alcé levemente la cabeza hacia atrás, como si estuviese perforándola con la mirada. Apreté imperceptiblemente los labios y me di la vuelta lentamente, dando por terminada la conversación.

-Eso, querida mía, es información clasificada.-le contesté caminando despacio en busca del informe del secuestro de los rusos, la que era mi misión principal.

O era tonta, o era completamente inocente, pero me había hecho hasta sentir culpable con tan sólo una mirada tan intensa como aquella.
Me hizo fruncir los labios y desviar la mirada, como cuando un padre te decía seriamente, en lugar de ponérsete a gritar "Me has decepcionado". El sentimiento fue casi el mismo.
No era comparable con el de la última vez, pero sí que sentí el mismo golpe de una manera tan suave. Aunque ese "golpe" imaginario, se fue volando cuando comencé a contemplarlo en serio.
Buscaba algo. Y yo creía en él. Cuando Blackman aparecía por aquí era que algo se cocía... Y que había que saber qué era ese algo. Cada vez que venía, era para advertir o ganar información de algo que quería evitar; y, a falta de personal a aquellas horas de la mañana, lo seguí con un paso lento y una mirada seria, curiosa pero seria, esperando que esta vez me contestara.
-¿Qué buscas? -pregunté con un tono algo más amable, como si fuera en son de paz, aunque, por dentro, me venían flashbacks a la cabeza que me costaba mucho pasar por alto. De hecho, no dudaba en que se habría dado cuenta de cómo me ponía cuando pensaba en él o cuando estaba delante.
Aquellas cosquillas en el estómago, aquel nudo en la garganta, aquella piel de gallina... Era algo inevitable.

Sentí que Amaia se colocaba a mi lado mientras caminábamos y la miré de reojo mientras me preguntaba. Dudé solo unos instantes. Sabía que ella confiaba en mi, y por consiguiente yo en ella, y aunque me pusiese a buscar y buscar seguramente ella era la que más me podía ayudar en cualquier caso.

Me detuve y la miré seiro, como siempre, para que entendiese la gravedad del asunto.

-Escucha, necesito los informes del secuestro de los rusos que te incumbió a ti urgentemente, pero si te involucras en esto seguramente te convertirás en uno de mis cómplices, y eso los incompetentes como los policías de mente cerrada no lo verán bien.-la miré directamente a los ojos.-No quiero que te pase nada, menos por culpa mía. No sería un buen justiciero.

Miré atentamente a Blackman, mientras escuchaba lo que decía e iba asimilandolo poco a poco en la cabeza, sosteniéndole su intensa mirada con la mía.
Ah, claro. Quería saber algo más sobre el caso anterior... Como para olvidar a qué se refería...
Me relamí los labios, asintiendo con la cabeza a todo lo que dijo y desviando mi mirada al suelo.
Sabía que no debería ayudarlo. En parte porque me llevaría una buena charla por parte de Don Lorenzo y una mirada recelosa por parte de mi tío, que tomaba a Blackman como un fantoche idiota y un fantasma que sólo sabía entrometerse donde no le llamaban... Pero para mí él era importante, y lo que sabía también lo era. Seguía sin comprender por qué nadie lo tomaba en serio salvo Don Lorenzo. Él y Blackman se entendían mutuamente y confiaban el uno en el otro, pero a la ligera yo no podría hacer nada sin consultárselo aunque... ¿Quién se lo consultaría si el tema era realmente urgente? Además, yo era la única que estas semanas había estado guardando cajas e informes, por lo que sólo yo sabía en qué parte del sótano se encontraban.
-Supongo que siempre me meto donde no me llaman, eso no me diferencia mucho de ti -contesté tras estar un buen rato callada, pensándome todas las consecuencias que aquello traería.
Sostuve su mirada un buen rato hasta que, luego, desvié mi mirada, mirando hacia atrás, donde se encontraba mi chaqueta tirada sobre el escritorio. Dentro tenía las llaves para abrir el sótano.
-Si no quieres que me pase nada lo último que debes hacer es pedirme ayuda, y ya lo has hecho, así que involucrarme es inevitable -dije, sonriendo, enseñal de que lo ayudaría.

Parpadeé mientras veía como sacaba unas llaves del bolsillo de su chaqueta y no pude evitar esbozar una torcida aunque imperceptible sonrisa. Aquello de entendernos tan bien, aunque fuese de una forma extraña, era reconfortante.

-"No hay nada más triste que estar al lado de una persona que no pueda mantener un buen rato de complicidad o de conversación."-dije citando una frase de Esteves. Anduve a su lado, hacia donde ella me dirigía, hasta una habitación en la que supuse que tenían los documentos. Esperé pacientemente a que abriese los ficheros y me diese las carpetas. Pasé rápidamente pero con parsimonia y atención las hojas del expediente y me detuve en una en especial, observándola detalladamente.

Iba algo más adelante que Blackman, bajando esta vez las escaleras hacia los sótanos en lugar de montarnos en el montacargas en el que me quedé encerrada con Aitor y abrí con las llaves las puertas del lugar, donde guardábamos los informes.
Cuando Blackman dijo aquella frase, sólo pude cerrar los ojos y sonreír ampliamente, como si con el mero hecho de que hubiera recitado aquella frase, conocida para mis oidos, me reconfortara por dentro.
Al entrar, rebusqué en los archivadores almacenados, algunos de ellos con polvoo, y saqué el más reciente, aquel que el día anterior me dispuse a guardar.
Comencé a pasar las páginas explicándole más o menos lo que sabía.
-No se sabe mucho acerca de este caso, sólo que habían secuestrado a un gran número de mujeres que fueron rescatadas... Eran dos hombres sospechosos de origen extranjero. Uno... -dije alzando un poco la mirada- fue encarcelado y el otro... -comencé a decir, cuando de pronto Blackman paró una hoja en la que salía una foto de uno de los sospechosos.
Alcé la vista a él, mirándolo extrañada a los ojos.
-Este otro es el que tú... -carraspeé, incómoda y confusa, y volví a mirar al informe- te cargaste...