La última caja (Goyo)

Como bien sabía ya mucha gente, Goyo y yo nos habíamos mudado juntos a un pisito en Madrid.
No era un lujo de piso, pero era nuestro, y eso era mucho más importante y más valioso que la mansión más cara del mundo.
Me gustaba nuestra casa porque, en cierto modo, la compartía con mi mejor amigo y, además, la decorábamos según el gusto de los dos. De ahí a que tuviera una decoración distinta, extraña... pero muy original.
Entré a casa tras haber estado aquellos últimos momentos de trabajo con Silvia, con la que, al final, decidí irme otro día a tomar algo.
No sabía dónde estaría Goyo. Aquel día no habíamos coincidido demasiado; por eso pensé que estaría en casa, pero allí... no había nadie. De modo que, a falta de no saber qué hacer y a falta de una programación basura en la tele (Viernes, día de Sálvame Deluxe y DEC, ¡Fiesta...!), decidí terminar con la mudanza.
Sorpresa la mía que, cuando fui a mirar donde guardábamos las cajas que nos quedaban sólo quedaba una.
La abrí y pude contemplar cómo estaba llena de álbumes de fotos de nuestro viaje de vacaciones con Lis y Dani.
Comencé a ojear los álbumes y a sonreír más ampliamente conforme mi cabeza se llenaba de flashbacks:
Irlanda. Aquel viaje había que repetirlo.

Entré a mi nueva casa (qué bien sonaba decir eso) silenciosamente, todavía se me hacía raro subir por el ascensor de ese bloque, y hasta abrir cada tarde el buzón de la planta baja, todo me olía a nuevo. Entré al piso mirando a mi alrededor, definitivamente la casa estaba quedando bien, era algo rara, pero a mí me gustaba. Tenía un toque a...si, a Amaia. Esa chica tenía algo, no sabía el qué, que me tenía besando el suelo que pisaba. ¿Estaría en casa? Mi yo interior rezaba porque si, me encantaba saber que este piso era algo nuestro, sólo de nosotros dos. Escuché ciertos ruidos, y me dirigí al sitio del que provenían. La encontré husmeando en la ¿última caja? ¡Por fin habíamos acabado con la mudanza! Y yo que pensaba que tendría que pasar otro fin de semana colocando libros, jarrones y demás en las estanterías...Me acerqué a ella, y empecé con mi modo: Felicidad absoluta On.
-¡Pequeña! -le saludé, me encantaba llamarla así, a falta de no poder ponerle otro mote más cariñoso- ¿Estás recordando viejos tiempos? -me incliné un poco sobre el álbum que miraba en esos momentos. Irlanda, uno de los mejores viajes de mi vida, fue impresionante. Y sospecho que fue en ese viaje cuando...empecé a sentir eso por Amaia.

Comencé a ojear de una forma muy atenta cada una de las páginas plastificadas del álbum. Estaba tan concentrada que, ni me había dado cuenta, que me había sentado en el suelo con el abrigo puesto aún, aquello había sido lo primero que había hecho nada más llegar a casa: entrar e ir a deshacer la última caja, sin haberme puesto mi pijama (si a unos pantalones blancos y largos y una camiseta de tirantes negra se le podía llamar pijama...), ni haber dejado el bolso y el abrigo en la entrada bien colgados.
No supe por qué había tenido esas ganas. Tal vez porque me había vuelto una maniática del orden (cosa poco probable: dormiría mil y una veces en la misma cama sin hacer), o tal vez porque sabía qué había en aquella caja.
De pronto me sobresalté al escuchar la voz de Goyo a mis espaldas. Ni me había dado cuenta que había llegado.
Casi di un saltito y todo del susto, como cuando tus padres te pillaban cogiendo un cachito de turrón que tenía que guardarse para nochevieja, pero me relajé enseguida al ver que era él. Al fin y al cabo, ¿quién más podría ser?
-¡Hola, Goyo! -le saludé con ganas, haciéndome a un lado para que se agachara, arrodillara o sentara al lado mío.
Acto seguido cerré aquel album de golpe, sacándolo de la caja y dejándolo en medio de nosotros, mientras metía mis manos en lo más hondo de aquella.
-La verdad es que sí. He encontrado más trastos -sonreí, mirando dentro de la caja de donde había sacado una botella de cerveza vacía-. No sé ni por qué guardo esto. Tal vez porque será de marca irlandesa -reí entre dientes, algo avergonzada.

Me fijé en la marca de la botella, y me acordé de una de esas noches locas en Irlanda. Por la mañana no había quien nos levantase, y juraría que amanecimos cada uno en un punto diferente de la ciudad. En resumen, una borrachera legendaria- ¿La guardaste? Qué recuerdos...-sonreí, mirando la botella, y me fijé en unas letras escritas a boli en la etiqueta- ¿Te acuerdas de la apuesta? -en la botella ponía "Cerveza bebida de un trago por Goyo", y es que medio borracho uno se enfrenta a lo que le digan. Y claro, si Amaia me desafiaba a beberme el botellín de un trago, y me amenazaba con ir cantando por todo Dublín que yo llevaba calzoncillos de Batman, pues no podía rechistar- Gané yo, que de eso si me acuerdo.
Me senté a su lado en el suelo, esperando a ver qué más sacaba. Los recuerdos de varios años se agolpaban en esa caja de cartón, y era genial que volvieran a nuestra mente. Me preguntaba si ella se acordaba de lo que hizo para premiarme la "hazaña", ese beso que me pilló por sorpresa, y me dejó con unas ganas de más que todavía guardaba.

-Sí, pero ni siquiera me acordaba que la tenía guardada -admití, mirándola atentamente hasta que me señaló la etiqueta, escrita con una caligrafía algo pésima, la cual debía de ser mía.
Últimamente me había dado por tener más letra de médico, pero, la verdad, es que ni ahora ni antes había tenido buena letra, era comparable con la de un chico, eso me decían al menos todos los profesores que habían tenido un examen mío entre sus manos.
Sonreí, mirándolo ante su arrogancia por haber ganado una apuesta de la cual ni me acordaba y deposité con cuidado la cerveza en el suelo.
-Yo sólo me acuerdo de que al próximo día engordé como diez kilogramos más, seguro que por eso hoy tengo esta mini-tripita de cervecero -dije, llevando mis manos a mi vientre y frunciendo los labios, bromeando.
Le guiñé el ojo y cabeceé, señalando la botella.
-La puedo poner en algún estante, si quieres -ofrecí, ya que tanta ilusión le hacía.
Aunque, por dentro, estaba deseosa por recordar qué pasó aquella noche. Supongo que nunca lo sabría. Creo que fue el mayor pedal que me había pillado en toda la vida.
Empujé con cuidado la caja para que él continuara sacando cosas mientras yo cogía lo que ya estaba afuera y me dedicaba a buscar un sitio donde ponerlas.

Me encogí de hombros, el botellín era un buen recuerdo, pero no creía que fuera tan importante como para ponerlo en un estante...- Como tú quieras, tampoco es cuestión de ocupar espacio con botellas vacías -hice una mueca de conformidad, mientras exploraba la caja en busca de más cosas, eso parecía el bolso de Mary Poppins. Encontré varias fotos y unas cuantas tonterías más, pero lo que me llamó al atención fue una foto del verano pasado, en el que alquilamos un bungalow de madera cerca de la playa, en Almería. En la foto salíamos Lis, Dani, una pareja que conocimos allí y nosotros dos. Amaia estaba preciosa, por supuesto, con un bikini negro que más que enseñar, insinuaba. Quise guardarla, no quería que me pillara viendo la foto, casi se me caía la baba. Pero me puse tan nervioso que me temblaron las manos y la foto, que tenía un marco de cristal, acabó estampada en el suelo, rompiéndose en mil pedacitos- ¡Mierda! -me levanté al momento, y empecé a buscar algo, ni siquiera sabía el qué- No te muevas, no te vayas a cortar -entonces recordé lo que se hacía en estos casos. Una escoba...si, eso, tenía que barrer los pedazos- Voy...¡voy a barrer! -dicho y hecho, fui a la cocina y cogí la escoba y el recogedor, y volví para barrer el suelo, como si el alma me fuera en ello.

Había ido a la estantería nueva que teníamos en aquella sala de estar con el fin de colocar allí la botella y los álbumes.
Mi madre decía que los álbumes habían que colocarlos en la parte más alta de la casa, porque eran algo personal que sólo cotillearía la gente si tú lo querías. Si tú querías enseñar tu vida en imágenes, sólo tú podrías hacerlo, cogiendo una escalera y sacándolo de tu rincón secreto.
Pero, al ir a por una banqueta o algo -Vale, para ser sinceros no es que fuera bajita, pero entre todos nosotros era la más pequeña- para poder llegar arriba del todo, escuché un ruido cristalino y, aquello me hizo mirar hacia atrás, sin tener tiempo siquiera para desplegar la escalera metálica.
-Anda que... -reí entre dientes- Creo que te tienes que mirar ese Parkingson -bromeé, desplegándola y subiéndome en ella para estirarme y dejar arriba del todo los álbumes y la botella por el medio, al lado de un par de inciensos ya utilizados-. ¿Qué se ha roto?

Había sido menos de lo que pensaba en un principio, no me llevó más de dos minutos acabar de barrer, por suerte. Escuché el bonito "halago" de Amaia, quizás si que tendría que ir al médico, lo mío no era normal. Cogí la foto, ahora sin marco, del suelo. Me acerqué a Amaia y la encontré subida en una banqueta, guardando los álbumes en lo alto de la estantería. A mi no me gustaba ponerlos ahí, era una manía de familia, porque siempre me decían que ver un álbum de fotos es algo espontáneo, unas ganas que te vienen de repente, y que se te pasan si tienes que ir a buscar un taburete para llegar hasta él. Pero bueno, si a ella le gustaba así, lo podía dejar perfectamente. ¿De eso se trataba el compartir piso, no? De aguantar tener un turno para el baño, de tener que fregar el doble de platos, de joderse en el momento de la decoración del piso...Pero también estaba esa parte buena de abrir la puerta del baño por error y encontrarte a la otra persona recién duchada, de los roces involuntarios y las miradas a la hora del desayuno, del quedarse dormido viendo una película en fin de semana y despertar con tu cabeza a escasos centímetros de la suya...Bonita convivencia.
-No es nada, solo una foto del verano pasado -sonreí, al volver a ver la foto- En Almería, ¿te acuerdas? Con esos sevillanos tan majos que conocimos...¿Cómo se llamaban? -intenté desviar ligeramente el tema, aunque sabía que con ella no funcionaría.

Me sacudí las manos cuando por fin deposité sin demasiado esfuerzo los álbumes arriba, dentro de una cristalera para que no cogieran polvo. Miré desde aquella altura -entonces sentí la vida desde la perspectiva de los jugadores de la NBA- a Goyo y me apoyé en él para bajar de un salto al suelo, y cogerlo del brazo para mirar la foto que tendría entre manos.
Al verla, sonreí, cogiéndola con delicadeza pues recordaba perfectamente cómo, de pequeña, siempre tocaba las fotos recién reveladas y las dejaba marcadas con mis dedos. Un detalle que ahora no me gustaba.
-La verdad es que nunca hemos sido de viajes, pero los que hemos hecho los hemos hecho a lo grande -comenté, sonriendo-. Sus nombres eran tan comunes que podrían ser cualquiera. Pensar que en una noche que tuvimos que dormir juntos ya nos llevamos bien...
Lo miré, quedándome ceñuda. Nos habíamos ido del tema.
-¿Has roto el marco, verdad? -murmuré, frunciendo los labios e inflando levemente los carrillos-. Bueno... Buscaré otro. O, si no, podemos comprar un corcho y poner en él fotos sueltas. Creo que en mi cuarto, en casa de mis padres, sigue ese tan grande que tengo, con chapas pegadas con loctite y con entradas de conciertos que se pueden quitar -propuse.

La miré algo avergonzado por haberme cargado el marco -además de que estaba cogida de mi brazo, que eso también influía en el color de mis mejillas-, ¡mira que era manazas! Su idea no me pareció mal- Si estás dispuesta a quitar tus viejas entradas de conciertos...-hice los cuernos con la mano derecha- Pero no se, no quiero que destroces algo así por no tener marcos decentes para las fotos -reí, intentando suavizar un poco lo que dije, me había salido algo dramático- O si quieres bajo y compro un corcho nuevo en el todo a cien, que seguro que hay, aunque a estas horas...-miré mi reloj de pulsera, era ya algo tarde, y mi estómago daba señales de ello- ¿Has cenado algo?

Cogí la foto, arrebatándosela de las yemas de sus dedos y mirando pensativa la estantería. Luego, miré a Goyo sonriente. Con una de esas caras que me venían cuando se me ocurría una buena idea.
-No hace falta, se me ha ocurrido algo mejor -dije, alejándome y adentrándome en la cocina, donde abrí un armario y cogí de él un par de pinzas, varias chinchetas y una cuerda de tender-. Y no -grité para que me escuchara de un lado de la casa al otro-, no he cenado. ¡Pero he traido palomitas! Cógelas. Están en mi bolso. Al lado de la caja.
Cerré el armario, volviendo a la Sala de estar donde teníamos la estantería. En un hueco vacío de la pared, con dos chinchetas, colgué una cuerda y, de ella, comencé a poner pinzas, como si fuera a colgar en lugar de ropa allí, las fotos que nos sobraban.
-¿Qué te parece? He robado la idea a una de mis primas -confesé, riendo entre dientes.

Me levanté y fui a por el bolso, pero intentando cotillear a ver qué hacía en la cocina. En un vistazo la pude ver recopilando diferentes objetos, y negué con la cabeza, sonriendo. Esa era una de las cosas que más me gustaba de ella, su espontaneidad, y el empeño que ponía en hacer bien cualquier cosa.
Cogí las palomitas, la bolsa estaba llena por algo más de la mitad, ¿de verdad tenía que cenar eso? Entonces se me ocurrió una idea mejor aún que una cena. Llevé las palomitas al salón, donde vi a Amaia colgando una cuerda ¿en chinchetas? Definitivamente, una joya de compañera me había tocado. Pero bueno, yo iba a lo mío. Dejé las palomitas sobre el sofá (recién estrenado y todo), que comencé a mover a un lado, dejando un amplio espacio vacío frente al televisor. Fui rápidamente a mi habitación y salí de allí con unas cuantas mantas en las manos, que me tapaban la vista, por lo que casi me comí una estantería. Las extendí todas en el suelo, creando así una especie de "colchón" frente a la tele. Para acabar, le puse un par de cojines, y acabé de mover el sofá, colocándolo como respaldo. Miré orgulloso mi obra, con los brazos en jarras.

-Ya que oficialmente hemos acabado la mudanza -miré la casa, realmente ahora si que parecía un hogar de verdad- Vamos a celebrarlo como se merece. Elige, ¿thriller psicológico o comedia romántica? -Lo mejor que le pegaba a esa noche era ver una película, ya que suponía que no le apetecería salir esa noche y, bueno, ¿había que estrenar las mantas, no?

Vi que Goyo estaba moviendo el sofá, así que me quedé quieta observándolo curiosa, a ver qué iba a liar allí en la Sala de estar.
Sonreí al ver que estaba realmente concentrado en sus "tareas" y, mientras tanto, me fui dando casi saltitos a mi habitación.
Allí me cambié. Me puse mi "chachi" pijama -mi pantalón largo blanco y mi camiseta de tirantes-, me quité la sombra de ojos negra que tenía pintada y cogí el quitaesmaltes para quitarme el color negro de las uñas y pintármelas... ¿de rojo?
Cargada, volví a la Sala de estar. La verdad es que no tenía muchas ganas de cenar, tenía ganas de incharme a cualquier otra cosa que a una mísera tortilla francesa a falta de una compra decente, pero al ver el "circo" que había montado Goyo, mi sonrisa se amplió y me entraron aún más ganas de comerme esas palomitas con él.
-Eso ni se pregunta -dije, mirándolo recelosa.
Hombre, a poder escoger...
-Thriller, evidentemente -contesté, sentándome sobre las mantas en el suelo y mirándolo.
Dejé el quitaesmalte con el algodón en el suelo y comencé a calentar con mis manos el pintauñas rojo.
Aquella escena me recordaba al parbulario, cuando, para jugar, hacíamos con cualquier material una casita con su camita y demás cosas.
También me vino a la cabeza, junto con mi infancia, los días que pasé con la hija de mi prima en el campo. Montábamos una tienda de campaña y allí le ayudaba a jugar a las muñecas.
La verdad es que Goyo siempre sacaba lo bueno de mí.

La observé dispuesta a pintarse las uñas, y sonreí por su elección. Fui a mi habitación, donde guardaba las pelis que me había traído de casa de mis padres -otra cosa que también se me hacía rara de decir-, y rebusqué alguna que le pudiera gustar a ella. Me decanté por Saw I, un verdadero clásico, las siguientes no conseguían ni igualarla. Salí con la película en la mano, la puse en el DVD y esperé a que saliera el menú principal. Me senté en las mantas con el mando en la mano, y me acomodé. Abrí la bolsa de las palomitas y cogí algunas.

-Espero que a media película no tenga que pararla porque te dé miedo...-esbocé una media sonrisa, desafiante. Sabía que Amaia no era de las que se asustaban viendo una película así, pero una parte de mi todavía mantenía la esperanza de que, aunque fuera inconscientemente, se agarrara a mi por miedo, o porque quería, quién sabe.

Miré a Goyo con cara de burla por lo que dijo.
-Muy gracioso, ¿hablas por ti, pequeño saltamontes? No quiero tener que arroparte esta noche y tener que dormir contigo porque te hayas acojonado -bromeé, alzando las cejas y cogiendo con la mano que tenía sin pintar un pequeño puñado de palomitas.
Todos sabían perfectamente que las pelis de miedo no me daban miedo, y las pocas que me daban miedo, al resto les parecían horroríficas.
Aunque, después de lo que pasó el otro día, después de haber estado "bailando" con la muerte en vivo y en directo, ya nada podría asustarme. Ni siquiera el más temible hombre del saco con el que mi madre intentaba meterme miedo cuando tenía cinco años.

Me llevé las palomitas a la boca, poniendo los ojos en blanco por su comentario. Aunque tampoco me parecía mal que durmiera conmigo...Por un momento pensé en hacerle caso y hacer que me cagaba de miedo, pero deseché esa idea idiota en seguida.
Le di al Play y, mientras pasaban los trailers del principio y demás, me dediqué a mirar de reojo a Amaia, que se estaba acabando de pintar las uñas. Si es que yo no sabía por que acabé colado por ella, si la comparabas con Lis objetivamente, ella era más bien la rarita. Pero bueno, yo era algo masoquista y me gustaba complicarme la vida.

FDR: Como si Amaia fuera una esquizo e__e

Me terminé de pintar las uñas justo cuando la peli empezó a reproducir las letras del comienzo. De modo que hice a un lado los botecitos de quitaesmaltes y pintauñas (FDR: lo que me recuerda que tengo que pintármelas yo xD) y me dediqué a mirar a nuestra vieja tele que aún no tenía ni TDT, con las manos sobre mis muslos esperando a que se secara la pintura.
Miré a Goyo de reojo y sonreí algo incómoda porque me mirara de cuando en cuando. Estuve a punto de decir "¿Qué pasa? ¿No me he quitado bien el maquillaje?", pero ni siquiera era propio de mí. La verdad es que cómo tuviera la cara en aquel mismo momento me traía sin cuidado, como si tuviera una banda de cera encima como cuando mi madre se depilaba el bigote... Era mi casa también.

Empezó la película y me mentalicé a mi mismo de que debía dejar de mirar a Amaia. Que tú no eres un obseso de esos, coño...-pensé, últimamente me daba por hablar conmigo mismo, mi yo interior parecía ser más sabio que el exterior. Me concentré en la peli, que de tantas veces que la había visto ya no parecía causarme ninguna impresión, y menos con semejante compañía. No te podrías haber quedado en casa de tus padres, Goyo. O al menos irte a vivir con Dani. No, tú ahí, tan masoca como de costumbre...-Vale que hablara con mi yo interior, pero de ahí a darme la chapa a mi mismo...Estaba realmente mal. Sacudí la cabeza, creyendo que así me libraría de mis pensamientos hacia Amaia, ingenuo.
Pero lo más raro era que no había estado tan nervioso hasta que había empezado la peli, hasta que se había hecho el silencio. Pero claro, a ver con que excusa entablaba yo ahora una conversación. Esperé que ella me lo pusiera fácil y hablara, o que, por un casual, sonara mi móvil o el teléfono de la casa. Pero el destino no estaba por la labor de hacerme caso a mí.

La película la tenía vista por lo menos una vez. Aunque estuviera muy bien, mi película favorita siempre había sido la de Pesadilla en Elm Street: la mejor película de terror desde los años ochenta, con Johnny Depp hecho un pipiolo.
Aunque esta peli tuviera mayores efectos, el argumento bueno y los actores aceptables, no me asustaba lo suficiente, pero sí me entretenía.
Poco a poco se me fue esparciendo por la espalda algo de dolor por estar en una postura mala y me tumbé de costado, cerca de Goyo y mirándolo de reojo.
Me habría gustado apostar algo, como hacíamos muchas veces todos nosotros para picarnos entre sí, sólo que esta vez no había nada por lo que apostar, por desgracia.
Me fijé en que Goyo parecía estar algo nervioso por el silencio y lo miré ceñuda, atreviéndome a romperlo.
-¿Estás bien? ¿Sigues sin tener miedo? -pregunté, bromeando.